Del 16 al 19 de junio se estará celebrando en la ciudad de Tucumán el XI Congreso Eucarístico Nacional. Su fin es “reconocer a Jesús en la Eucaristía, para adorarlo, celebrarlo y renovar nuestro compromiso de anunciarlo y testimoniarlo, en el hoy de nuestra Patria, de manera personal y comunitaria”. Será un espacio para rezar en comunidad, formarse, escuchar testimonios, compartir experiencias y celebrar la Fe, teniendo como eje a Jesús Eucaristía.
Este Congreso, además, coincidirá con un hecho importante en nuestro país: la celebración del bicentenario de la declaración de la Independencia.
Un poco de historia
El primer Congreso Eucarístico se desarrolló en 1881 en Lille (Francia), para profundizar en la “piedad eucarística” y “extender el Reinado social de Jesucristo en el mundo”. Con el paso de los años, los Congresos fueron creciendo hasta convertirse en un movimiento mundial, testimonio de Fe y de la vitalidad de la Iglesia. La Eucaristía, además de objeto de culto, comenzó a descubrirse cada vez más como alimento, fuente y culmen de la misión de la Iglesia.
Todos estamos invitados a ser testigos de la presencia de Dios en la Eucaristía, y ser testigos de este milagro no nos puede dejar indiferentes, como si nada. La Eucaristía debería impulsarnos a salir al encuentro de los demás. A evangelizar, a comunicar la alegría, a compartir el amor. Es por eso que los Congresos son oportunidades para revitalizar la Iglesia, y en ellos se ve claramente la relación entre Eucaristía y misión. Son un servicio para el crecimiento del pueblo de Dios, y cuentan con la participación activa de grupos parroquiales, movimientos, congregaciones y voluntarios.
San Pedro Julián Eymard, considerado el apóstol de la Eucaristía, escribía en 1864: “El gran mal de la época es que no se va a Jesucristo como Salvador y Dios… ¿Qué hacer entonces? Volver a las fuentes, a Jesús, no solamente al Jesús que pasa por Judea o al Jesús glorificado en el cielo, sino también y sobre todo a Jesús en la Eucaristía“
¿Qué es la adoración al Santísimo, sino el reconocimiento de la presencia viva de Dios? Él es el único que puede curar nuestras heridas, que puede brindarnos su perdón sincero, que puede calmar nuestra sed y colmar nuestro corazón.
¿Qué tenemos que hacer nosotros? Tan solo sentarnos un rato frente al Santísimo y contemplarlo. Poner los ojos en Él. Alabar, agradecer, pedir, escuchar, dialogar, estar… y que, de esta manera, vuelva a ser el centro de nuestra vida.