En los primeros siglos de la Iglesia, a los mártires se los conmemoraba en la fecha del aniversario de su muerte. Pero en un momento, las persecuciones llegaron a ser tan masivas que se hacía difícil asignar un día a cada uno. A partir de entonces, la Iglesia señaló una fecha común: el Día de Todos los Santos.
A lo largo de la historia, además de los mártires hubo muchos hombres y mujeres que, sin dejar de ser lo que eran, llegaron a ser santos. En sus trabajos, en sus familias, entre sus amigos, en cada una de sus obligaciones. Día a día, aceptaron el impulso del Espíritu Santo, tomaron como modelo el amor de Jesús y supieron ponerlo al servicio de los demás.
Hay tantas formas de llegar a la santidad como personalidades, vocaciones, virtudes, realidades. Lo que sí se comparte en todos los casos, es que siempre se llega a ser santo partiendo desde la propia humanidad.
Los que alcanzaron la santidad son más de los que podemos registrar. La Fiesta de Todos los Santos, además de ser una oportunidad para conmemorarlos, debería ser también una llamada a imitarlos: si ellos pudieron ser fieles a Jesús, ¿por qué nosotros no?
Un regalo para todos
La santidad es el destino de la Iglesia. No es la misión de determinadas personas, ni un camino individual, ni un mérito propio. Es el llamado para todos los cristianos, en el que se nos invita a ser como Jesús y a identificarnos con Él.
Todas las condiciones de vida son caminos de santidad, y por lo tanto todos estamos llamados a ser santos: cumpliendo los mandamientos, aprovechando los sacramentos y la oración, poniendo nuestras virtudes al servicio de los demás y siendo testimonio vivo del amor de Dios en nuestra vida cotidiana. En resumen: viviendo en su amor de manera permanente.
Nuestros talentos, que son dones de Dios, son las semillas con las que podemos empezar. Los gestos y acciones que hagamos por los demás cada día, van a ir haciendo de nosotros mejores personas, más abiertas y disponibles.
La santidad es un don. Para poder recorrer este camino y vivirlo con alegría, lo único que hay que hacer es dejar actuar a Dios en nuestras vidas y abandonarnos en su amor.
Publicado en la revista Bienaventurados/noviembre 2015
Grosa!!!! solo leo palabras de una santa! =)
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De una “aspirante a santa”, igual que vos!! =)
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