El papa Francisco propuso celebrar el Año de la Vida Consagrada, que se inició el 30 de noviembre de 2014 y finalizará el 2 de febrero de 2016. Entre sus objetivos, se encuentran: mirar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza.
Las personas que se consagran a Dios son fieles bautizados que se comprometen a vivir la pobreza, la castidad y la obediencia, a través de votos o promesas. En esta nota, le hicimos a consagrados de distintas congregaciones y carismas la misma pregunta:
¿Por qué consagraste tu vida a Dios?
P. Renivaldo Bruno da Cruz, sss (Sacramentino)
Desde chico me llamaban la atención las cosas de Dios. Cuando iba a misa, me quedaba mirando todo lo que hacía el cura; cómo saludaba a la gente, cómo predicaba y nos llevaba a saborear la Palabra de Dios, cómo preparaba el altar para consagrar la comunión. Y una vez me pregunté “¿por qué yo no?”.
Cuando ingresé a la Congregación, percibí que la consagración me invitaba a hacer eso y también mucho más: me hice sacramentino para intentar hacer de mi vida la vida de Cristo, para mí y mis hermanos, para Dios y los demás. Busco hacer de mi vida pan partido y compartido para el mundo.
Hna. Alejandra Lemonnier (Esclava del Sagrado Corazón de Jesús)
Personalmente, ¡siento que la pregunta está al revés! Creo que es Dios el que está consagrando mi vida. En mi experiencia, es Él el que tuvo y tiene la iniciativa -el que “amó primero”, el que “primerea”- y lo mío es sencillamente una respuesta. En definitiva, de eso trata nuestro carisma; la reparación es una respuesta de amor a Cristo. Siento que tiene sentido esta llamada de Dios que me invita a entregar toda mi vida a Él y a los hermanos, que es verdad que podemos construir juntos el proyecto del Reino, que vale la pena dar la vida, y darla hasta el extremo.
P. Mamerto Menapace (Benedictino)
Yo creo que la vocación no se elige: se la tiene como un don de Dios. Uno puede descubrirla o no. Una vez descubierta se la puede aceptar o no. Y una vez aceptada, se la puede vivir bien o mal.
Dios me ayudó a descubrir mi vocación desde muy chico y luego me fue dando la oportunidad de ir aceptándola y, sobre todo, me puso en lugares donde tuve la posibilidad de prepararme e ir dando los pasos para vivirla con fidelidad.
Hna. Sofía Rizzo (Misionera Diocesana)
Le entrego mi vida a Dios para que Él la consagre en esta familia religiosa de las misioneras diocesanas, porque experimenté con gratitud y alegría que Dios me miró con amor y me llamó a estar con Él y a salir a anunciarlo a los demás. Viviendo con mis hermanas, formando comunidad, siendo para los hombres lo que la iglesia es para ellos: lugar de encuentro con Jesús. Dejando con sencillez que Jesús moldee en nosotras un corazón cada vez más misionero al servicio de su Reino. En este modo de vivir soy feliz y plena porque es un camino de libertad y amor. Y el amor lo es todo. El amor es capaz de transformar la realidad haciendo un mundo más humano, fraterno y solidario como nuestro Padre Dios lo soñó al crearlo.
P. Tomás Méndez (Prelatura del Opus Dei)
Principalmente, porque descubrí que Dios me había dado muchas cosas. El hecho de consagrar mi vida, fue una forma de agradecerle por todo lo que me había dado. Me pareció que Él tenía derecho a pedirme algo. Y siempre que Dios pide algo, te da la gracia para poder hacerlo.
“Las personas consagradas son signo de Dios en los diversos ambientes de vida, son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía del compartir con los pequeños y los pobres. La vida consagrada, así entendida y vivida, se presenta a nosotros como realmente es: un don de Dios, un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino”
Papa Francisco
Publicado en la revista Bienaventurados/septiembre 2015