El 22 de julio celebramos la fiesta de santa María Magdalena. ¿Quién fue esta mujer? ¿Qué puede enseñarnos hoy a nosotros?
Sobre María Magdalena, hay distintas interpretaciones. En los evangelios hay tres pasajes en los que se habla de una María; algunas tradiciones la identifican como la misma figura, otras sostienen que se trata de distintas personas. Lo que sí es seguro es que María Magdalena había sido salvada de sus males por Jesús, y pertenecía al grupo de mujeres que lo seguían.
Al reconocer su debilidad y tener la humildad para pedirle ayuda, pudo experimentar su perdón. Una misericordia infinita, un amor incondicional del que ni siquiera se sentía digna. Después de esta experiencia, no pudo quedar igual y se convirtió en una de sus más fieles discípulas. Incluso en el momento de la muerte de Jesús, cuando los apóstoles se habían dispersado, ella siguió firme al pie de la cruz.
Siendo una pecadora, María Magdalena no se dejó vencer por sus límites. Supo pedir ayuda y, después de saberse perdonada, siguió a Jesús a pesar de las renuncias que eso implicaba. No bajó los brazos. Quiso cambiar y convertirse, y lo hizo. Confió en al amor.
Al ser consciente de todo lo recibido, no pudo más que agradecer con su fidelidad. Y esta fidelidad, fue recompensada: fue la primera en enterarse de la resurrección de Jesús. Inmediatamente salió a anunciarlo y a comunicar la noticia, no pudo contener semejante alegría.
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Del mismo modo en que María Magdalena pudo experimentar esa misericordia, nosotros estamos invitados a vivir lo mismo. Frente a nuestros pecados, Dios no nos acusa ni nos juzga. Él nos ama por lo que somos, a todos y cada uno de nosotros. Si fuéramos conscientes de todo lo que nos ama y nos perdona, nuestro corazón debería desbordar de alegría. Deberíamos poder acercarnos a Él sin miedo, para dejar que abrace todo nuestro ser, cure nuestras heridas y nos reconcilie con nuestra propia debilidad.
Él ya nos está esperando con los brazos abiertos. Nosotros debemos tomar la decisión de ir a su encuentro.
«La historia de María de Magdala recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él, y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de la potencia de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte»
Benedicto XVI, 23 de julio de 2006
Publicado en la revista Bienaventurados/julio 2015