Entrevista al P. Gonzalo Rebollo
Este año, recibimos a un nuevo sacerdote en nuestra comunidad. Gonzalo Rebollo tiene 30 años y es de San Isidro, al igual que su familia. Es el mayor de tres hermanos y le gustan mucho los deportes, en especial el fútbol. También le gusta mucho la literatura (Cortázar, Marechal y Dostoyevsky, entre sus preferidos), y es un apasionado de la música, en casi todas sus formas: desde el rock progresivo hasta el folklore, pasando por el blues, el jazz y la música clásica.
El último año estuvo en la parroquia Nuestra Señora de Luján, de Don Torcuato. Anteriormente pasó por las parroquias Santa Teresita de Martínez, Nuestra Señora de la Cava de Beccar y Purísima Concepción de Pacheco.
¿Cómo fueron tu llamado al sacerdocio y tu camino de discernimiento?
Mi primera experiencia de fe estuvo ligada, por un lado a la familia, a través del testimonio de mamá, y sobre todo al ámbito del colegio, a través de la catequesis, las celebraciones mensuales de la misa, el grupo misionero, el camino de la Confirmación, la fe vivida con amigos y el testimonio de algunos profesores. Al terminar el colegio, empecé a estudiar la carrera de Filosofía, y en esa época tuve la posibilidad de participar de la Pastoral Universitaria de esta diócesis y de ser catequista en un colegio parroquial de Munro, con chicos de los últimos tres años.
A través de todas estas experiencias y personas con las que me fui cruzando en el camino, Jesús me fue mostrando su rostro, su presencia, se cercanía. De un modo especial, los años de catequista me movilizaron mucho. Si bien desde hacía rato buscaba compartir la fe con otros, me fue apareciendo un deseo fuerte de entregar mi vida y ponerla al servicio de los demás. Paradójicamente, disfrutaba mucho la carrera que estudiaba, me entusiasmaba, así como la vida que se daba alrededor de eso. Pero este deseo fue tomando mucha fuerza.
Al finalizar el cuarto año de la carrera, durante un retiro ignaciano de tres días (al que fui sin intención de “definir” nada vocacional, más bien preocupado con otras cosas), este deseo apareció con mucha intensidad. Sentí muy claro que mi vida era fruto del amor de Dios, de su misericordia, manifestada a través de tantos y tantas que fueron instrumento, signo de su presencia, y que lo que más quería era dejarme tomar por ese amor y vivir para compartirlo. Lo charlé con el cura que me acompañaba desde hacía rato, y al poquito tiempo empezó mi camino de discernimiento junto al seminario diocesano.
¿Te sentiste apoyado en tu decisión?
En los primeros momentos mis amigos más cercanos, mi acompañante espiritual y mi familia me apoyaron. Aunque a la familia no le fue fácil: a algunos les costó más que a otros, no porque se opusieran, sino porque crecer lleva tiempos y procesos. Sin embargo, todos me acompañaron con mucho cariño y cercanía a lo largo del tiempo de formación en el seminario. Fueron y siguen siendo un sostén importante.
¿Cómo fueron los años de formación en el seminario?
Fueron muy intensos, y de mucho crecimiento. Lo más lindo son los amigos que me regaló, con quienes fui compartiendo la vida. Y en el rubro “amigos”, entran curas que fui conociendo, compañeros del seminario, amigos y amigas de las comunidades por donde fui pasando. De un modo especial, una experiencia de Dios vivo en sus comunidades.
¿En qué área pastoral te sentís más a gusto? ¿Por qué?
El área pastoral que más me gusta y disfruto es el trabajo con los jóvenes. Me encanta, porque encuentro mucha vida. Pero también es cierto que es el área en donde más trabajé a lo largo de los años de seminario, así que tengo una experiencia un poco limitada. Hay muchos otros espacios que no conozco y tengo mucho por caminar.
¿Qué sentiste cuando te dijeron que tu parroquia de destino para los próximos años iba a ser la Catedral?
Tengo que reconocer que me sorprendió, por el hecho de haber sido mi parroquia de origen: crecí acá y mi familia es de acá, así que no lo esperaba. También me asustó un poco, porque es una comunidad grande y yo estoy recién empezando. Me asombra la cantidad y diversidad de vida que hay… y por lo tanto de trabajo. Pero también paz, porque Jesús me regala confiar en que mi vida y mi servicio están en sus manos. Además, desde el primer momento tanto el padre Pedro como el padre Mariano, otros curas amigos y mucha gente de la comunidad me transmitieron apoyo y confianza. Así que junto con el asombro, el miedo y la confianza, también estoy contento de poder servir y aprender en esta parroquia.
Publicado en la Revista Bienaventurados/mayo 2015