Cuando el corazón se quiere quedar…

Con el grupo de misión fuimos durante cuatro años seguidos a El Tala, un pueblo del sur de Salta. Allí siempre nos recibieron con los brazos abiertos y nos hicieron sentir muy cómodos. Pero, ¿qué pasa cuando el compromiso de misionar en un lugar durante tres o cuatro años llega a su fin? ¿Qué pasa cuando sentimos que nuestro corazón se quiere quedar?

Las respuestas a estas preguntas no son sencillas y a veces cuesta entenderlas (¡¿por qué dejar de misionar en donde nos recibieron tan bien?!).

En primer lugar, tanto en mi grupo como en todos los grupos misioneros, deberíamos tener en claro que sólo somos instrumento de Dios. Es lógico y hasta buenísimo que nos encariñemos con la gente  y con el lugar, pero debemos reconocer que es Dios el que nos envía, y dejar que nos utilice donde y cuando le parezca.

Por otro lado, tampoco es bueno que se generen lazos de “dependencia” entre misionados y misioneros. Nosotros deberíamos dar las herramientas para que, una vez finalizada la misión, la gente pueda comprometerse con su comunidad, consolidar sus vínculos y seguir creciendo en la Fe, contando con el apoyo del sacerdote de esa comunidad y la oración de todo el grupo misionero.

Nuestra tarea es sembrar, aun sabiendo que probablemente no podamos ver la totalidad de los frutos.

Por más que misionar nos haga bien (ya que volvemos habiendo recibido mucho más de lo que fuimos a dar), no es eso lo que nos moviliza. Vamos allá para ayudar con alguna necesidad concreta. Una vez que el objetivo se ha cumplido, debemos dejar de lado nuestros intereses y ver qué es lo mejor para ellos.

Por último, debemos aceptar que… todo concluye al fin. Es bueno que el compromiso que tomamos en un momento determinado termine, a pesar de la nostalgia que nos pueda generar.

Debemos reconocer la importancia que tuvo en nuestra vida y estar agradecidos por eso.

Y poder escuchar qué nos propone Dios en adelante.

 

El momento oportuno (Eclesiastés 3, 1-8)

Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado;
un tiempo para matar y un tiempo para curar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse;
un tiempo para buscar y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra y un tiempo de paz.

 

El Tala 2011 (194)

 

Publicado en el Boletín de la Capilla del Colegio Marín


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