Queridos amigos:
Más rápido de lo que pensábamos, un nuevo año está llegando a su fin. Una vez más, diciembre nos sorprende con los cierres y balances, los exámenes, los actos escolares, el inicio del Adviento y todas las reuniones y compromisos de fin de año.

A pesar de que, seguramente, todos estemos con mil cosas en la cabeza, creo que este es el tiempo favorable para detenernos un instante. En primer lugar, para respirar (hace poco alguien me vio tan agitada que me dijo: “no estás respirando”. ¿Será posible que podamos olvidarnos de este acto vital?). Y, en segundo lugar, me parece importante poder frenar para reflexionar sobre algunas cuestiones fundamentales para vivir de forma más plena.
Es ahora cuando Jesús nos dice, como a Zaqueo: “Baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Para recibirlo tenemos que “bajar”: ir a lo profundo de nosotros mismos, reconciliarnos, aceptar lo que somos, reconocernos frágiles y dejarnos abrazar por Él. Dios es el único que puede saciar nuestra sed de amor y curar nuestras heridas… A nosotros solo nos queda abrirle el corazón y hacerle espacio para que pueda entrar.
Mirando lo recorrido
Les propongo algunas preguntas para reflexionar sobre lo vivido durante este año.
Independientemente de las situaciones que me hayan tocado transitar, ¿confié en los caminos y en las oportunidades que Dios me propuso? ¿Me dejé sostener por Él? ¿Dejé entrar a Jesús en mi vida? ¿Me dejé encontrar por su mirada de amor que me buscó -y me sigue buscando- cada día?
En relación a los demás, ¿cómo y cuánto amé a mis hermanos? ¿En qué gestos concretos? ¿Fui una persona querible para los que me rodean?
A nivel personal, ¿fui paciente conmigo mismo? ¿Respeté mis tiempos y procesos?
Por último sería bueno repasar, con mirada agradecida, los logros que tuve este año. Los pequeños y los grandes; todos cuentan, porque hicieron que estuviéramos donde estamos hoy.
Mirando hacia adelante
Para el año que empieza, ¿cuáles son mis deseos? ¿Cuáles son los anhelos más profundos de mi corazón? A medida que podamos ir identificándolos, podremos ir divisando cuál es el norte de cada uno. Ayuda mucho poder nombrarlos -y mejor aún, escribirlos- para tener mayor claridad. Porque una vez que tengamos presente ese norte, podremos ir definiendo propósitos y desafíos coherentes y compatibles entre sí.
Y por último: de la misma manera en que un niño se siente protegido y amado por sus padres, ¿estoy dispuesto a vivir confiando plenamente en Dios?
En Navidad, de manera especial, la Salvación en persona llega a nuestra casa. Jesús viene “a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Que podamos aprovechar el camino que empieza en Adviento para abrir nuestro corazón y dejar que el amor de Dios inunde nuestra vida. Y que podamos comenzar un nuevo año lleno de esperanza, dejándonos sostener por Dios, irradiando su amor y confiando en sus planes.

Publicado en la revista Bienaventurados/diciembre 2019