El 31 de mayo conmemoramos la visitación de la Virgen María a su prima Isabel. A partir de este episodio —que se relata en Lucas 1,39-56—, me quedé pensando en algunas ideas.
María acababa de enterarse de que sería la madre de Dios y de que Isabel también esperaba un niño a pesar de su edad avanzada. E, inmediatamente, emprendió el camino para ir a ayudarla y acompañarla durante su embarazo. Se puso a su servicio, se olvidó de sí misma y se enfocó en acompañar a otra persona, incluso en un momento en el que ella también hubiera podido necesitar ayuda.
A raíz de esto, además, veo lo importante que es el hecho de salir a compartir las cosas buenas que nos pasan. Por lo general, no podemos callar lo que alegra nuestro corazón. Son cosas que nos desbordan, que nos sobrepasan y que, naturalmente, nos sale compartirlas. ¿Cómo no vamos a comunicarlas? ¿Cómo vamos a guardarnos estas alegrías para nosotros mismos? Se nos hace inevitable ir al encuentro de los otros y hacerlos partícipes de las buenas noticias.
De la misma manera, es fundamental acompañarnos en los momentos difíciles. Recientemente, a raíz de una situación familiar, me tocó vivir esta experiencia de ser acompañada. Nuestros amigos y familiares estuvieron presentes en cada momento: físicamente, en el hospital, pero también estando atentos a cada parte médico, ofreciendo ayuda con la logística, mandándonos mensajes o rezando por nosotros… Sin dudas, fue uno de los momentos más difíciles y agotadores que pasé en mi vida. Pero, ¡no me alcanzan las palabras para expresar lo sostenida que me sentí!
Y, en esto, es igual de importante dejarse acompañar: aceptar que necesitamos de la presencia de los demás en nuestra vida y saber recibir la ayuda que nos ofrecen. Esto no siempre es fácil, porque requiere un acto de humildad, de aceptación de que no podemos con todo y de confianza plena en otras personas.
Que, como María, tengamos un corazón abierto y dispuesto a ir al encuentro de los demás. Que sepamos acompañarnos siempre, en los buenos momentos y en los malos. Y que podamos compartir esta vida que Dios nos regala para que todos podamos disfrutar.
“Vamos, decime, contame
todo lo que a vos te está pasando ahora,
porque sino, cuando está tu alma sola, llora.
Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera,
nadie quiere que adentro algo se muera.
Hablar mirándose a los ojos,
sacar lo que se puede afuera,
para que adentro nazcan cosas nuevas”.
Publicado en la revista Bienaventurados/mayo 2019