Un santo protagonista de su tiempo

Toribio de Mogrovejo nació en Mayorga, España, en 1538. Estudió Derecho y fue nombrado presidente del Tribunal de Granada. En 1580 fue elegido para ser Arzobispo de Lima, pero había un pequeño detalle: él ni siquiera era sacerdote.

Después de un año de intensa preparación, Toribio llegó a Lima como Arzobispo. Su arquidiócesis tenía una extensión de más de seis millones de kilómetros cuadrados, y abarcaba Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina.

En ese entonces, había una situación de decadencia espiritual importante: los conquistadores europeos cometían muchos abusos y nadie se animaba a denunciarlos. Toribio tomó medidas enérgicas, que le implicaron persecuciones y muchos obstáculos. Sin embargo, él siguió ofreciendo todo por amor a Dios y su perseverancia dio mucho fruto.

Recorrió en tres ocasiones su inmensa arquidiócesis. Eran viajes que duraban años, ya que la mayor parte se hacía a pie. Anduvo por caminos jamás transitados, y pasó muchas noches durmiendo a la intemperie.

Logró la conversión de una gran cantidad de gente. Los preferidos de sus visitas eran los indios y los negros, especialmente los más pobres, ignorantes y enfermos. Se quedaba en cada pueblo varios días, los reunía y les hablaba por horas. Aprendió quechua y otras lenguas nativas para lograr una mejor comunicación, y estimuló a otros misioneros a que hicieran lo mismo.

Para divulgar el Evangelio, hizo editar los primeros catecismos americanos en castellano y en lenguas indígenas. Instituyó colegios, hospitales y escuelas de música para facilitar el aprendizaje de la doctrina cristiana cantando. Fundó el primer seminario de América, y congregó a los sacerdotes y obispos en Sínodos o reuniones generales para trabajar en conjunto, teniendo en cuenta las distintas realidades y necesidades de la arquidiócesis.

Además, convocó tres Concilios Limenses (tercero, cuarto y quinto) que, después de mucho esfuerzo, implicaron cambios y una gran renovación de la Iglesia en todo el continente.

Toribio murió el 23 de marzo de 1606, en una capillita donde estaba predicando y confirmando a los nativos. El papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.

Si hay algo que me llamó la atención de este santo, fue su actitud frente a las circunstancias que le tocaron vivir. No se acobardó ante las dificultades; al contrario, fue un agente de cambio y actuó considerando la realidad y las necesidades de su pueblo. Poniéndose a la altura de los demás, divulgó la Buena Noticia a través de su ejemplo.

Seamos, como Toribio, protagonistas de nuestro tiempo. No nos sentemos al costado del camino para ver pasar la vida. Involucrémonos y comprometamos nuestras acciones para seguir difundiendo el reino de Dios en el espacio que habitamos.

 

«Nuestro gran tesoro es el momento presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo».

(Santo Toribio de Mogrovejo)

Publicado en la revista Bienaventurados/abril 2017


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