Quizás el armar los bolsos para irnos de vacaciones nos ayude a pensar qué es lo realmente importante.
Hace algunos años, con una amiga nos fuimos de mochileras al Sur. El hecho de que fuéramos a un lugar fresco, pero en verano, dificultaba la selección de ropa para llevar. Tampoco ayudaba la cuestión de que íbamos a estar subiendo montañas y también paseando por ciudades. Queríamos recorrer grandes distancias a pie, pero además sentarnos a la orilla de algún lago a tocar la guitarra o a leer.
La conclusión de todos estos dilemas terminó en la resolución de llevar todo, y de repente nos vimos viajando con dos mochilas grandes cada una, la carpa, bolsas de dormir, una matera, una guitarra y la vida misma cargada sobre nosotras.
Al año siguiente, hice otro tipo de viaje. Esta vez decidí llevar lo mínimo indispensable, y así fue que salí sin otra cosa que una mochila de 50L. Les puedo asegurar que no me faltó nada en todo el viaje: cuando tuve hambre, compré comida; cuando surgió la oportunidad de cantar en un bar, me prestaron una guitarra; cuando tenía ganas de tomar mate, encontraba gente que me invitaba a su ronda…
Si bien fueron dos estilos de viaje distintos – ambos igual de lindos y memorables – en el segundo conté con una independencia que no había tenido en el primero. Tuve la posibilidad de desplazarme liviana y libremente, de no preocuparme por una gran cantidad de pertenencias, de confiar en las oportunidades que se iban presentando en el camino y de arreglarme creativamente con lo que entraba en una mochila.
La clave para caminar es ir sin mucha carga. Es prudente ir bien equipados pero, si queremos avanzar, no podemos llevar mucho con nosotros. ¿De dónde será que sacamos esa manía de llevar todo “por las dudas”? ¿Por qué nos preocupamos por tantas cosas que no son indispensables?
Les hago esta propuesta, que también hago mía: en esta etapa de tantos movimientos, discernamos qué es lo importante y centrémonos en eso. Quizás no sea necesario andar a las corridas, llenarnos de compromisos de fin de año y comprar millones de regalos. Quizás baste con reunir a la familia, celebrar la Navidad, planear un lindo viaje o juntarnos con amigos. Vale más ofrecer una simple sonrisa que un montón de regalos. Vale más el hecho de reunirnos que el de comer abundantes platos elaborados. Vale más el estar en paz con quienes nos rodean que el estar estresados por la cantidad de cosas que “hay que hacer”.
Que nuestro próximo viaje – o los festejos que se avecinan, o lo que nos toque vivir – sea una oportunidad para pensar qué es lo verdaderamente importante, para descubrir cuáles son los tesoros que vale la alegría conservar.
Buenas vacaciones y hasta la próxima edición de Bienaventurados (marzo 2017).