“Habla, Señor, que tu siervo escucha”

Dios nos habla todo el tiempo. Para poder escucharlo tenemos que hacer un poco de silencio, calmar los pensamientos y el corazón. A veces resulta difícil abstraernos de los ruidos y de todo lo que nos rodea, pero esto nodscf8876 es motivo para no intentarlo. 

Día a día, Dios se dirige a nosotros a través de su Palabra escrita, la Biblia. Pero también nos habla a través de las circunstancias, de otras personas, de los momentos de oración… Él llama a cada uno por su nombre. Depende de nosotros responder o no.

Dios invita, llama, propone… El desafío es escuchar y discernir su voluntad en nuestra propia vida. El llamado pasa por el corazón: es una voz que resuena. Es deseo profundo, es donde uno encuentra alegría verdadera y paz profunda.

El llamado de cada uno es bien distinto. Dios nos conoce y no nos va a pedir cosas que no podamos hacer. Él sabe cuáles son nuestros anhelos y deseos, nuestras dudas e inseguridades, nuestros talentos y debilidades. Como un buen padre, quiere lo mejor para nosotros, por más de que no lo podamos entender. Escuchar a Dios implica todo un camino en el que, paso a paso, se va aclarando cada vez mejor su voluntad. Tenemos que confiar y ponernos en sus manos.

Somos llamados a servir, a dar vida en nuestro entorno y en la realidad que nos toca vivir, teniendo en cuenta a nuestro prójimo. Solo puede ser feliz quien se entrega a lo cual fue llamado.

 

El llamado de Samuel

El joven Samuel estaba al servicio del Señor con Elí. La palabra del Señor era rara en aquel tiempo y no eran frecuentes las visiones. Un día estaba Elí acostado en su habitación. Sus ojos comenzaban a debilitarse y apenas podía ver. La lámpara de Dios todavía no se había apagado. Samuel estaba durmiendo en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel: -¡Samuel, Samuel! El respondió: -Aquí estoy.

Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: -Aquí estoy, porque me has llamado. Elí respondió: -No te he llamado, vuelve a acostarte. Y Samuel fue a acostarse. Pero el Señor lo llamó otra vez: -¡Samuel! Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: -Aquí estoy, porque me has llamado. Respondió Elí: -No te he llamado, hijo mío, acuéstate de nuevo. (Samuel no conocía todavía al Señor. No se le había revelado aún la palabra del Señor.)

Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue donde estaba Elí y le dijo: -Aquí estoy, porque me has llamado. Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven, y le aconsejó: -Vete a acostarte, y si te llaman, responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Samuel fue y se acostó en su sitio.

 Vino el Señor, se acercó y lo llamó como las otras veces: -¡Samuel, Samuel!

Samuel respondió: -Habla, que tu siervo escucha.

1 Sa 3,1-10

Samuel era muy joven y apenas sabía rezar. Cuando Dios lo llamó por primera vez, estaba durmiendo. Podríamos decir que “estaba en otra”: no sabía distinguir entre su sueño y su despertar, entre la voz de Elí y la voz de Dios. El Señor lo siguió llamando, y fue Elí el que le enseñó a escucharlo.

La experiencia de oración de Samuel podría ser parecida a la nuestra. Dios nos habla muchas veces, pero estamos distraídos. ¿Cuántas veces nos adormecemos con la compu, la tele o el celular? Podemos pasar horas mirando series y ni nos damos cuenta. Cuando nos incomoda el silencio, lo solucionamos poniendo música. Nos dejamos anestesiar e hipnotizar por muchas cosas que no valen la pena, nos confunden y distraen. En esos momentos dejamos de saborear la vida.

Dios toma la iniciativa y nos llama muchas veces durante el día, pero tantas distracciones nos ponen sordos a su Palabra. Tratemos de prestar atención y escucharlo. Ante cualquier duda, siempre podemos recurrir a algún sacerdote o guía en la fe.

Dios está a la puerta y llama.

¿Estoy dispuesto a hacer silencio para escucharlo?

¿Confío en que Dios tiene un plan para mí, un proyecto de vida?

¿Lo dejo hablar en mi corazón?

¿Busco la voluntad de Dios?

Habla, Señor, que tu siervo escucha”, es una linda oración que podríamos incorporar y rezar cada día. Es una manera de ponernos al servicio de aquel que nos amó primero, de ofrecernos como instrumentos de su obra, de estar a disposición.

Recemos así en nuestro día a día: cuando tengamos alguna duda, cuando no sepamos qué hacer ante una situación o cuando simplemente queramos rezar. Y, con esta oración, pongamos nuestra vida en sus manos.

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Publicado en la revista Bienaventurados/noviembre 2016


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