La Jornada Mundial de las Misiones se celebra el anteúltimo domingo de octubre de cada año. Ese día, todas las comunidades cristianas estamos llamadas a colaborar económicamente con las misiones y a rezar por los que se encargan de llevar la Palabra de Dios a quienes no la conocen. Ellos son un gran pilar de la Iglesia, que entre todos debemos ayudar a sostener.
La Jornada busca poner el foco en aquellas zonas en las que no se ha oído hablar de Dios. Estos lugares son llamados “Territorios de Misión”, y allí trabajan sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos enviados por la Iglesia. Por lo general, se encuentran en los países más pobres y desfavorecidos. Los misioneros, además de anunciar el Evangelio, promueven proyectos educativos, sociales y sanitarios en esos mismos lugares.
Además de estas misiones en lugares lejanos y no cristianos, en nuestro país hay muchos grupos misioneros que viajan a otros pueblos o ciudades para anunciar el Evangelio y ponerse a disposición de la comunidad. Son misiones cortas, de una semana o diez días. En algunos casos, será más prioritario fortalecer grupos juveniles, en otros la catequesis, en otros las visitas a las casas… Cada lugar tiene una realidad distinta, y por lo tanto las necesidades no son las mismas. Lo que sí tienen en común todas las misiones, sean donde sean, es que el objetivo es anunciar la Buena Noticia: que Dios nos ama y quiere que todos nos salvemos.
El amor de Dios es para todos. No es un amor medido, exclusivo para unos pocos. No se acaba ni se va a acabar. Por eso, quienes lo conocemos, tenemos la tarea de salir al encuentro de quienes no lo conocen y compartir su mensaje. Lo que nos dice el Evangelio es: “Vayan, y hagan discípulos a todos los pueblos”.
Una misión compartida
Según la exhortación apostólica Evangelii gaudium, “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (20).
Si bien los misioneros tienen un compromiso más fuerte y explícito con determinados lugares, todos los bautizados tenemos la misión evangelizadora. Es nuestra vocación primordial, nuestro llamado. Como Iglesia, existimos para evangelizar.
Nosotros, que tenemos la gracia de conocer el mensaje del Evangelio, “no podemos callar lo que hemos visto y oído”. ¿Cómo no comunicar su misericordia? ¿Cómo no compartir el perdón? ¿Cómo no ser agradecidos con todo lo que Dios nos regala cada día? ¿Cómo puede ser que nuestros corazones no desborden de tanto amor que recibimos de Él?
Si realmente creyéramos en el mensaje del Evangelio, nuestra vida sería una “misión continua”, mediante la cual llevaríamos a Dios a todos lados. Y llevar a Dios significa irradiar su Palabra, su perdón, su consuelo, su alegría. Su paz y su luz. Su amor infinito e incondicional.
“En efecto, en esta Jornada Mundial de las Misiones, todos
estamos invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor.”
Mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2016
Mientras escribía esta nota me pregunté: ¿qué es lo que define a un misionero? Y armé, recordando con cariño mis años como tal, un DECÁLOGO DEL MISIONERO.
- Un misionero no espera nada a cambio, pero termina recibiendo mucho más de lo que da. Se lleva mates compartidos, sonrisas, abrazos y nuevos amigos. Y, en su corazón, queda grabada una experiencia de Fe inigualable a cualquier otra.
- Un misionero es generoso con su tiempo. Está dispuesto a escuchar y hacer compañía a quienes se sienten solos.
- Un misionero puede recorrer grandes distancias. Por más de que hagan 40 grados a la sombra y no corra ni un poco de viento, llega hasta la última casa del pueblo.
- Un misionero está dispuesto a dejar las comodidades habituales. Cambia su cama por una bolsa de dormir en el piso, cambia la ducha de su casa por una manguera enganchada como se pueda o un balde de agua.
- Un misionero está abierto a aceptar mates bien variados y distintos a los que uno toma. Con azúcar, azúcar, edulcorante o azúcar; con menta, peperina, romero o cedrón (y otras hierbas que uno ni sabía que existían).
- Un misionero puede sacar fuerzas impensadas para jugar con los chicos durante todo el día. Y además de jugar, para alzarlos, hacerles cococho, correr tras ellos, bailar y cantar fuerte.
- Un misionero está dispuesto a cambiar su alimentación. Y vivir, por un tiempo, a base de fideos, polenta y arroz.
- Un misionero aprende canciones de Misa que nunca había escuchado… porque son del año del jopo. Pero, aún así, siempre tiene una nueva canción en su voz.
- Un misionero mantiene el buen humor aunque esté cansado. Sonríe, baila y canta por las calles del pueblo como si estuviera loco. Pero es, nada más y nada menos, una locura de amor.
- Un misionero esparce muchas semillas. Quizás no vea los frutos, pero no por eso deja de sembrarlas. Confía en que Dios y sus tiempos seguirán el trabajo.
Publicado en la revista Bienaventurados/octubre 2016