Hace un tiempo, estaba viajando en tren para ir a trabajar. Era lunes, pero me había propuesto arrancar la semana con entusiasmo y buen humor. De repente, dos personas empezaron a discutir a los gritos, atrayendo la atención de todos los pasajeros. Fue tal el escándalo, que este acontecimiento tiñó mi mañana de un sabor amargo…
Pasar de un estado de tranquilidad a otro de conflicto puede ser cuestión de segundos. Pero hacer el proceso inverso, resulta difícil. ¿Por qué nos cuesta tanto permanecer en calma?
Para vivir en paz, primero tendríamos que estar bien con nosotros mismos. Esto se logra siendo agradecidos con lo que tenemos y con quienes nos rodean, actuando en coherencia con nuestros valores, estando tranquilos con las decisiones que tomamos y confiando en los caminos de Dios, por más de que haya que atravesar dolores y dificultades.
Con respecto a nuestra relación con los demás, para vivir en armonía podríamos ponernos en su lugar, estar abiertos a sus opiniones, ser pacientes, dialogar con respeto y no actuar ni responder con violencia.
En el estado actual de las cosas, con el acelere que tenemos y el modelo de vida que propone la sociedad, no es fácil. Vivimos a la defensiva, porque se nos hizo costumbre desconfiar de los demás. Estamos disconformes, porque las publicidades nos hacen creer que siempre nos falta algo. Nos quejamos de todo, no tenemos paciencia y, poco a poco, nos vamos volviendo más egoístas.
Frente a este panorama, lo único que podemos hacer es ponernos a trabajar por la paz desde nuestro lugar. En la medida en que cada uno aporte su granito de arena, va a ser posible. Voy a poner dos ejemplos para que se entienda mejor:
- Si vamos en auto y no hay nada urgente para avisar, la bocina se puede reemplazar por las luces. Estas solo afectan a quien van dirigidas y son menos agresivas. Serían una especie de “corrección fraterna” con las que se podría evitar un delatamiento público y malestar general.
- Si se sube una embarazada al tren, no hace falta gritar “A VEEER, UN ASIENTO PARA LA SEÑORAAA” y ponerse a vociferar lo mal que está la juventud. Esto pone incómoda a la señora, pone de mal humor a los que se ligaron ese grito en el oído, pone mal a la juventud que no se siente identificada. Saca la paz a todo el tren. Es muchísimo más efectivo acercarse a alguno que esté sentado y pedirle amablemente el asiento.
Propongo que cada uno empiece por sí mismo. Que podamos darnos cuenta de la importancia de la comunicación, la paciencia, la tolerancia, el respeto. Que podamos ser instrumentos de paz.
Publicado en la Revista Bienaventurados/abril 2016