Junto con la escritura, el canto es la herramienta que me permite expresarme mejor. A lo largo de los años, me ayudó a superar mi timidez, y me dio la confianza necesaria para dirigirme a los demás.
Empecé a cantar y tocar la guitarra en la capilla Santa María de la Cabeza, en la misa de los domingos. En ese entonces era muy chica, y mis conocimientos de guitarra eran muy básicos. Pero gracias a la paciencia y ayuda de Carlitos, quien tocaba desde antes, fui aprendiendo y soltándome más. Después se sumaron Mili, Belu y Juan, con quienes cantamos durante bastante tiempo, hasta que cada uno empezó a ir a misa con sus amigos a distintas parroquias. Recuerdo que la comunidad de la capilla se quedaba hasta el final de la última canción, todos con el cancionero en la mano. Se acercaban a agradecernos y nos animaban a repetir los estribillos y a seguir cantando.
Cuando comencé a misionar, era de las pocas que tocaba la guitarra en el grupo, así que pasé a ser “de las del coro”. La guitarra fue la excusa y la herramienta que me ayudó a animarme, y poco a poco, sin darme cuenta, empecé a acompañarla también con mi voz. Más tarde, cada vez que participé de alguna actividad, adoración o retiro de la Pastoral Universitaria, siempre terminé en el grupo de música.
De esta manera, fui descubriendo una linda manera de expresarme, porque el canto transmite lo que está viviendo el corazón. Y además de hacerme bien a mí, encontré en él un don fructífero, poniéndolo al servicio de los demás en misas y adoraciones, ayudando a rezar.
Como dice Mons. Ojea en su mensaje a raíz de la Jornada Anual de Músicos, “la música nos acerca, nos comunica […], favorece la fraternidad, crea un ambiente comunitario especial”. Y el hecho de poder contribuir en esto es para mí un gran regalo, una gran oportunidad. Porque para que nuestros talentos den frutos, es necesario ponerlos a disposición de los demás.
El canto es un gran instrumento para alabar a Dios y para expresarle nuestra gratitud. Para todos los que también lo usan como un servicio a la comunidad, les dejo esta oración:
“Gracias, Señor, por concederme una voz para alabarte
y por llamarme a usarla en bien de mis hermanos.
No dejes que la soberbia se apodere de mí,
y que pueda reconocer que todo se debe a Vos.
Animame a llevar los cantos de forma que los demás
participen más plenamente en la celebración Eucarística.
Señor, con la gracia del Espíritu Santo,
que sea consciente de que al ayudar a celebrar tu misterio pascual,
estoy ayudando a traer tu alegría al mundo y, a la vez,
llevando al mundo hacia Vos.
Amén.”
Publicado en la Revista Bienaventurados/julio 2014